Porque son vulnerables y frágiles. Porque tienen derechos de manera primaria y prioritaria a los de los adultos. Porque los tiempos de los niños no son los tiempos de los adultos (seis meses en la vida de un niño no son iguales a seis meses en la vida de un adulto).
Una familia adecuada es, a diferencia de una institución, el medio más apropiado para el desarrollo pleno de un niño. Cuando los jueces recurren a las instituciones, depositan en esta decisión esperanzas de índole “mágicas”: que el chico pueda volver con su familia de origen, que pueda esperar que las cosas cambien, que el niño se haga mas fuerte, que los adultos maduren para así protegerlo, educarlo, alimentarlo, respetarlo, no violentarlo, amarlo; y así pasan los meses, los años, y el niño, a quien no le garantizaron el cumplimiento de sus derechos, se hace grande.
Los que tienen un problema no son los niños, son los adultos, y no se trata de meras dificultades, sino de problemas graves. Si no fuera así, no se los desarraigaría de su lugar de origen por alto riesgo. La solución no puede ser simple ni a corto plazo, y no puede ser esperada por los niños.
Se trata de un cambio del paradigma social, un cambio de las creencias de la paternidad-maternidad garantizadas por la biología.
Para que los niños encuentren un sostén seguro, cariñoso y estable. Para reparar sus aspectos dañados.
Para ayudarlos a no autorresponsabilizarse, desvalorizarse o culpablizarse por lo que les ha tocado vivir.
Para que no haya infancia sin familia adecuada que despliegue y desarrolle las potencialidades de todo niño.
Pga. Mirian P. Tomino
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